El bautismo con el Espíritu Santo es una de las
experiencias personales más profundas que el creyente verdaderamente convertido
y regenerado puede experimentar. La promesa divina, que en los últimos días
Dios derramaría de su Espíritu Santo sobre su pueblo, trajo a la iglesia del
Señor el revestimiento de poder, con el propósito fundamental de capacitar
divinamente a los cristianos a cumplir la misión de predicar el Evangelio del
Señor Jesús en todo el mundo (Hch 1.8). Aunque haya muchos que afirman que esta
experiencia se dio solamente en los días de la iglesia primitiva, y que por
tanto, sería apenas una descripción y no una norma, estamos convencidos por la
Palabra, que como iglesia del Señor, fuimos también alcanzados por sus promesas
y propósitos. El bautismo con el Espíritu Santo prepara al creyente regenerado
a ejercer con madurez la manifestación de los dones espirituales en su vida,
con el designio claro de edificar y fortalecer la iglesia de Cristo. Sin duda,
esta es una de las grandes promesas a ser disfrutada por todos los que recibieron
al Señor Jesucristo como Salvador.
¿QUÉ ES EL BAUTISMO CON EL ESPÍRITU SANTO?
Concepto Bíblico
Teológico. [Del gr. baptisma, sumersión,
inmersión] Revestimiento de poder que conforme las Escrituras se evidencia
después de la verdadera conversión a Cristo Jesús, a través de la plenitud (llenura)
del Espíritu Santo. Su objetivo principal es capacitar a los creyentes a dar
testimonio de Cristo y predicar con denuedo el Evangelio a toda criatura (Lc
24.49; Hch 1.8 cf. Mt 28.15; Mr 16.15). La doctrina del "bautismo con el
Espíritu Santo" es bíblica y tal expresión verdadera, estando basada en
los Evangelios Sinópticos y los Hechos de los Apóstoles (Mt 3.11; Mr 1.8; Lc
3.16; Jn 1.33; Hch 1.5; 11.16 - "…seréis bautizados con el
Espíritu Santo"). Algunos seguimientos cristianos y otras sectas afirman que la
“promesa” y el “derramamiento” del Espíritu se cumplieron en los días de la
iglesia primitiva, y que por lo tanto, lo que fue escrito en Hechos es
solamente descriptivo y no normativo. Sin embargo, creemos que nosotros como
iglesia del Señor podemos disfrutar de sus promesas y propósitos (Hch 2.33; Gá
3.22; Ef 3.5,6; 1 P 2.9,10 cf. Ro 15.4,5). Una vez fundamentados en la doctrina
de Cristo y de los apóstoles (Mt 7.24-29; Hch 2.42; Ef 2.20; 2 Jn 1.9; Jd 1.17)
y guiados por el Espíritu Santo (Ro 8.14 cf. Jn 16.13), no hay como negar la exactitud
y realidad de esta profunda experiencia espiritual. Estamos viviendo los
últimos días de la iglesia en la tierra, y así como nos días de la iglesia
primitiva, el Espíritu Santo todavía domina, ordena y coordina la iglesia en
nuestros días (Hch 13.2-4; 15.28; 16.6,7). Por esto, debemos estar llenos del
Espíritu Santo, a fin de predicar con denuedo y osadía el evangelio de Cristo
(Hch 4.31; 13.52; Ef 5.18b).
LA PROMESA DEL DERRAMAMIENTO
El derramamiento
del Espíritu Santo fue profetizado por los profetas Isaías (Is 44.3), Ezequiel
(Ez 39.29) y Joel (Jl 2.28,29) en el Antiguo Testamento. En el Nuevo
Testamento, el profeta Juan el Bautista dijo: "Él os bautizará con el Espíritu Santo" (Mateo 3.11; Mc 1.8; Lc
3.16; Jn 1.33). El propio Señor Jesucristo ratificó la promesa diciendo: "He aquí, yo enviaré la promesa de mi
Padre…” “Hasta que seáis investidos de poder desde lo alto…” “Vosotros seréis
bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días…” “Recibiréis poder,
cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo.” (Lc 24.49; Hch 1.4,5,8).
La promesa del Espíritu Santo fue para el pueblo de Israel, para los apóstoles
y discípulos, y en fin, para la iglesia del Señor en generaciones continuas (Gá
3.14; 4.6 cf. Ro 8.9).
EL DERRAMAMIENTO DEL ESPÍRITU SANTO
El Señor Jesús
había prometido a los discípulos que después de su partida, no os dejaría
solos, sino que enviaría otro “Consolador”, el Espíritu de verdad, al cual el
mundo no podría recibir (Jn 14.16-18, 26; 15.26; 16.7,13). Antes de ascender al
cielo, Cristo “sopló” el Espíritu Santo sobre los discípulos cumpliendo su
palabra y promesa (Jn 20.21,22; Hch 1.2). En cuanto al bautismo con el Espíritu
Santo, el derramamiento de poder sobre la iglesia primitiva se dio en el día de
pentecostés, cuando los discípulos y demás hermanos estaban reunidos en
Jerusalén, obedeciendo la voz del Señor Jesús. Dice la Palabra: “Y fueran todos llenos del Espíritu Santo…”
(Hch 1.14,15; 2.1-4). Entonces “llenos” del Espíritu Santo, los discípulos
predicaban la Palabra de Dios con denuedo y osadía (Hch 4.31; 6.10; 13.52). Más
adelante, los samaritanos “recibieron” el Espíritu Santo en el momento en que
los discípulos imponían las manos sobre ellos (Hch 8.14-17). En la casa del
centurión Cornelio, mientras el apóstol Pedro ministraba la Palabra, el
Espíritu Santo “cayó” sobre todos los que oían (Hch 10.44-46; 11.15,16; 15.8). En
Efeso, el apóstol Pablo esclareció acerca del Espíritu Santo a los discípulos
de Juan el Bautista, y enseguida, habiéndoles
impuesto las manos, “vino” sobre ellos el Espíritu Santo (Hch 19.1-6).
CUANTO A SU PROPÓSITO
Como hemos visto
en su concepto bíblico, el propósito fundamental del bautismo con el Espíritu
Santo es investir al creyente de poder para el servicio y propagación del
Evangelio, esto es, unción y gracia para dar testimonio eficaz de la verdad
redentora del Evangelio de Cristo (Lc 24.49; Hch 1.8; 2.1-4 cf. Mr 16.15). El
revestimiento de poder dará al creyente, osadía e intrepidez para realizar
grandes cosas en el nombre del Señor Jesús (Hch 4.31; 6.8; 1 Co 2.4). Debemos
entender que el bautismo con el Espíritu Santo es una experiencia
suficientemente importante para ser conocida, comprendida y disfrutada. La
motivación en buscar y desear la plenitud del Espíritu, no es simplemente el
"hablar en lenguas", sino la necesidad de recibir poder sobrenatural
para testificar de Cristo y servirle con denuedo.
CUANTO A SU DISTINCÍON
No podemos confundir el bautismo con el Espírito Santo, con la obra de la
regeneración promovida por Él a partir del momento en que uno entrega su vida a
Cristo (Ef 1.13 cf. Gá 3.2,14). La Biblia dice que el Espíritu
Santo habita en nosotros (Jn 14.16,17; 1 Co 3.16; 6.19; Ef 2.22). Una
persona puede vivir la regeneración, aunque no haya recibido el revestimiento
de poder. Por lo tanto, se concluye
que, ya que se trata de una experiencia posterior a la conversión, el bautismo
con el Espíritu Santo se produce en aquellos que han sido regenerados (Tit 3.5).
Un ejemplo claro de esta distinción, ocurre en la vida de los propios
discípulos que ya habían recibido al Espíritu Santo, Consolador y guía, antes
del día de pentecostés (Jn 20.21,22; Hch 1.2 cf. 14.16.17,26; 15.26; 16.7,13). Esto explica también la expresión: "Porque por un Espíritu somos
todos bautizados en un cuerpo..." (1 Co 12.13; ver Ef 4.3-5). Los textos no
están hablando de revestimiento de poder, y sí, de la obra perfecta del
Espíritu Santo que une a los creyentes al cuerpo de Cristo de modo que todos
sean uno (Gá 3.27,28; Col 3.11). Por esto, creemos que el bautismo con Espíritu Santo es
una experiencia distinta y especial que se evidencia después de la verdadera
conversión a Cristo (Hch 8.14-17; 19.1-6).
CUANTO A SU EVIDENCIA FÍSICA
La Palabra de Dios nos revela que el
bautismo con el Espíritu Santo tiene como señal inicial física, el "hablar
en lenguas". Esta evidencia se dio claramente en la venida del Espíritu
Santo sobre todos aquellos que fueran bautizados. Este patrón (modelo) bíblico
es el mismo en nuestros días (Hch 2.4; 10.46; 11.15,16; 15.8; 19.6). Vale la pena
resaltar, que el “hablar en lenguas” y el don de variedad de lenguas son
iguales en manifestación, sin embargo, son distintas en el uso y propósito. No
siempre aquellos que son bautizados, reciben el don de variedad de lenguas. La
manifestación de este don produce edificación personal y cuando son interpretadas,
trae edificación a la iglesia (1 Co 12.4-10; 14.2-6,13-17). Hay dos tipos de “lenguas”
en la manifestación, que son: Las lenguas humanas, que son idiomas (Hch 2.5-12),
no aprendidas, pero, habladas de forma sobrenatural, y las lenguas espirituales
o misterios (1 Co 14.2 cf. Hch 10.46), tampoco aprendidas, ni entendidas, pero
que glorifican a Dios. Sin duda, el revestimiento de poder es también una
puerta que se abre para la manifestación de los dones espirituales (Hch 19.6).
¿DEBEMOS BUSCAR LA PLENITUD DEL ESPÍRITU?
La plenitud del Espíritu es una dádiva para todos
aquellos que creen y desean (Lc 11.9-13; 1 Co 14.12). Sin embargo, esto no
significa que aquellos que no fueron “bautizados” no tienen el Espíritu Santo,
sería ilógico. Además de tener el Espíritu Santo morando en nosotros, podemos
disfrutar enteramente de su plenitud, que a través del revestimiento de poder
conduce al cristiano convertido y regenerado a una experiencia más profunda e
incomparable, con un propósito innegable (Hch 1.5,8). De hecho, todo creyente
que siente el gozo de salvación en Cristo debe anhelar la plenitud de Dios en
Espíritu (Ef 3.16-20), viviendo una vida de oración, obediencia, temor, santidad
y fe (2 Co 7.1; Ro 16.19; 1 Ts 3.13; 4.7; 5.17,23; 1 P 1.15; Jd 1.20).
Por Elder Dayvid Morais
Misionero en Guayaquil. Ecuador.